Una copita con los carpinteros
Desde el mismo momento de ser elegido papa, comenzó a interesarse por las cosas de su nuevo territorio, empezando por las más humildes y menos aparatosas.
Unos días antes de la coronación, y pocos como papa todavía, hizo una visita a la carpintería del Vaticano. Después de examinarla y hacer algunas preguntas ocurrentes a unos empleados,exclamó de pronto y sin nadie esperarlo:
—Parece que este trabajo de la madera seca la garganta, ¿verdad?
Y sin más llamó a uno de sus ayudantes y le encargó unas jarras de vino para los trabajadores. Llegaron las jarras y mientras bebían el vino él, divertido y alegre, también tomó una copita con ellos.
Insólito detalle en un papa. Gesto insignificante, pero muy humano.
Todavía no he aprendido el oficio
Era la primera semana de su elección como papa. Uno de sus ayudantes le preguntó algo con manifiesto interés y con la intención de obedecerle con prontitud. Él, con total tranquilidad, le contestó con rapidez:
—Mire, por favor, pregúnteme eso cualquier otro día, porque yo todavía no he aprendido el oficio.
Dejó un tanto decepcionado al solícito servidor, pero así era el nuevo papa que tenía delante: natural y espontáneo.
Un vestido de primera comunión
Los detalles del papa Juan llegaban a las cosas más nimias y elementales. Un día le escribe una niña de Segovia contándole que va a hacer la primera comunión y no tiene vestido blanco, porque son muchos hermanos y su padre no tiene dinero para comprárselo.
La carta llega al Vaticano. A los pocos días la niña segoviana recibió una carta en nombre del papa en la que se le comunicaba que se comprara el vestido que desease, que lo pagaba con mucho gusto el papa y, además, añadía, el papa costearía el viaje a Roma del padre y de la niña a fin de que conocieran en persona al vicario de Cristo.
Cuando fueron a Roma el padre y la niña, el buen papa Juan se volcó en cariño con la pequeña, que rebosaba de felicidad.
¿Habéis comido ya?
El papa Urbano III, en 1623, había dispuesto que el papa comiese solo. Disposición que se cumplió hasta los tiempos de Pío XII.
Juan XXIII, sin embargo, como ya sabemos, se aburría comiendo solo y siempre invitaba a comer con él, pues decía que era incapaz de aguantar aquella soledad y estar «como un seminarista castigado».
Dos electricistas arreglaban unos cables, justamente debajo de la ventana del papa. Los dos hombres temían molestarle con sus martillazos. Se acercaba la hora de la comida.
En esto, apareció en la ventana la figura del papa y temieron lo peor, que les riñese por el ruido. Pero, ante su sorpresa, sucedió todo lo contrario.
—¿Habéis comido ya?
—No, santidad.
—Pues entonces, esperad un momento.
Avisó inmediatamente para que pusiesen dos cubiertos más, porque tenía invitados. Y para evitar dificultades con los guardias les invitó a que entrasen por la ventana abierta.
Llegada la hora comieron los tres. Al terminar les dijo:
—No salgáis por la puerta, pues los guardias os marearían a preguntas. Yo creo que es mejor que salgáis por donde habéis entrado.
Fuente:
Juan XXIII. 200 anécdotas. Constantino Benito Plaza. Editorial Sígueme. 2da. edición. 2001.
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